El lunes 16 de julio de 1212, en un paraje de Sierra Morena, las Navas de Tolosa, un ejército cruzado dirigido por el rey de Castilla, Alfonso VIII, y en el que figuraban otros dos reyes hispanos, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, al frente de los contingentes reclutados en sus respectivos reinos, las huestes de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, el Temple y el Hospital, así como multitud de voluntarios leoneses y portugueses, pero sobre todo miles de cruzados «ultramontanos», buscó batalla contra un ejército musulmán reunido para dar guerra al infiel por el califa almohade Muhammad al-Násir, príncipe de los creyentes. «Nunca tantas y tales armas de hierro se habían visto en las Españas», escribió el coetáneo canciller castellano Juan de Soria. Lanzas y espadas se trabaron, sangre y sudor empaparon gambesones y cotas de malla, relinchos y gemidos de agonía resonaron en los riscos, en aquel tórrido día, hasta que la furiosa carga de la zaga cristiana decidió la jornada, arrasando el palenque almohade y quebrando a la guardia negra que, encadenada, defendía la tienda del Miramolín. Finaliz