«Era un pueblo abandonado, pero bonito como un pueblo de juguete». Así comienza el viaje a un pueblo perdido donde, algún día del nunca-jamás, vivió un grupo de señoritas inmaculadas con sus gatos cazadores y no, ni un solo hombre. Hoy el canto de los pájaros ensordece a aquel que los visita con una bienvenida de belleza inquietante. La recreación de mundos imaginarios perdidos entre la memoria y el sueño es una de las características de los mejores cuentos de Mercé Rodoreda, que llegan a su clímax lírico en el volumen ´Viatges i flors´ (1980). Sus "viajesö, escritos en Romanyá de la Selva mientras terminaba la novela ´Quanta, quanta guerra´, nos traen las miradas de sorpresa del caminante desarraigado ante una realidad a menudo con un punto inquietante, siempre llenas de ironía y con una belleza estremecedora.