A medio camino entre la crónica personal y el ajuste de cuentas con la profesión, este libro habla a calzón quitado de los últimos días de un periodismo, el de sucesos, que se escribía a base de astucia, kilometraje y cabinas telefónicas. El autor repasa -sin reparar en humor negro- sus trabajos como reportero en algunos de los más famosos medios del país. Curtido en la vieja escuela, informó sobre casos que conmocionaron a la opinión pública, desde el crimen del rol o el de Puerto Hurraco al de las niñas de Alcásser, para terminar siendo testigo, a su pesar, de la decadencia que llegó de la mano de las televisiones privadas.